viernes, 20 de junio de 2008

3 de Marxo


Lo primero fue descubrir que la oscuridad se movía. Se movía como lo haría un animal de polvo flotando en la pesadez de una atmósfera viciada. Lo otro, lo inmediatamente segundo, era un olor asqueroso que parecía el paradigma de todas las cloacas de la galaxia.
Aleteando como dos insectos de cromo-cromo, mis ojos se posaron en los contornos de levísimas siluetas que se mantenían ocultas en el límite de lo perceptible. Dentro de mi cabeza tampoco había claridad, mis pensamientos eran jirones de tela apolillada tironeados por dos comadronas en el mercado de pulgas de Arpía Magna. Imágenes inconexas que no simpatizaban entre sí y que no revelaban nada en particular. Lo único que sabía con certeza era que no estaba muerto; y eso tenía una explicación simple: a ningún muerto podían dolerle los músculos de una manera tan rotunda. Me aferré a esa coherencia como un náufrago espacial a su tanque de oxígeno.
Al contrario de lo que cabría esperar, mi estado de ánimo se mantenía estable. El implante Neurón 27 había encontrado un pequeño oasis límbico y ronroneaba tranquilo como un pequeño gatopático junto al calor de un experimento nuclear.

Esperé sin moverme en las tinieblas intentando decidir que hacer. Desde algún lugar inexacto, me llegó un sonido de estática, muy débil al principio pero que extrañamente me recordó a una ópera de Ratocremones en las galas inaugurales de Luna Pigmea. Al cabo de unos minutos el sonido se volvió más nítido, similar a las reberverancias de una radio de onda corta mal sintonizada. Para mi sorpresa, entre aquellos fantasmales ululatos y pitidos descubrí palabras sueltas que formaban un cierto patrón de razonamiento humano:
Uuuuuuuuiiiiiiiiizzzzzzzzz... ¿Sargento?.... ¿Sargento, es usted?....Uuuuiiiiiiiiizzzzzzz..... ¿A donde se fueron las mulas Sargento?..... Uuuuiiiiiiiiuuuuuuuuzzzzz.... ¿Que es este lugar?..... Uuiiiiuuuzzzz...Por el amor de Bush,¿ por qué está tan oscuro?...
¡Era el micropreguntador! Los recuerdos acudieron en tropel y se amontonaron en mi mente como una muchedumbre forcejeando para entrar al sexódromo a ver el show de Babette la húmeda: Los vaivenes maliciosos del implante neuronal, la importancia de la misión y mis problemas emocionales, las innumerables complicaciones de dirigir un batallón lleno de idiotas y cobardes, el levantamiento de los androides y nuestra humillante condición de prisioneros. Recordaba que el micropreguntador me había salvado de una muerte ignominiosa en manos de las mulas sintéticas y que el puente de madera se había roto justo a la mitad de mi huida dejándome caer al vacío. Pero de ahí en más todo se transformaba en un borrón de tinta.
Resuelto a resolver el misterio, me incorporé en la oscuridad y al hacerlo que estaba desnudo. Alguien se había tomado el trabajo de quitarme mi ropa de combate y mi fusil fotográfico antes de dejarme reposar en aquel lugar. Me prometí a mi mismo esclarecer todas las inquietudes. Sabía que las esperanzas, por pequeñas que fueran, servían para poner el cuerpo en movimiento. Estiré mis músculos agarrotados y doloridos y me obligué a contener las quejas.
Di dos o tres pasos, guiándome por el maullido destartalado que emitía el micropreguntador. Busqué en las sombras con los ojos abiertos de par en par y las manos en posición de sonámbulo. Finalmente, el juego del gallito ciego me condujo a la superficie sólida de una pared. Lancé una exclamación, aunque parezca tonto, sentí alegría de que ese simple contacto me hubiera devuelto al mundo de tres dimensiones.
La pared era de roca irregular y áspera y su tacto me recordaba vagamente la espalda granujienta de aquella enorme prostituta del prostíbulo sexpañol en el asteroide Líbido- Cangrejo. Avancé con paso torpe con una mano en contacto con la pared y la otra tanteando en el aire. A pocos metros, el micropreguntador continuaba con su incansable tarea, sin embargo ésta vez las preguntas eran formuladas entre pausas llenas de crujidos y no al ritmo asesino para el que lo habían programado. Así y todo, la perorata seguía resultando molesta. Cuando finalmente dí con el aparato, mejor dicho; cuando lo pateé, me apresuré a apagarlo sin remordimientos.
A juzgar por mi recorrido, me encontraba en una especie de cámara circular de considerable tamaño. No recordaba haberme topado con ningún ángulo recto u otra cosa que pudiera identificar y la sensación de estar caminando en círculos se fue volviendo cada vez más fuerte. Comenzaba a perder la calma cuando la pared de roca irregular se convirtió de pronto en una superficie pulida y algo más fría.
¡Metal!
Mis manos se movieron como pulga-chinchillas frenéticas. No tardaron en descubrir que se trataba de una puerta empotrada en la misma roca. Toqué una extraña protuberancia que al principio me dejó perplejo pero que, tras unos segundos, recordando las clases de historia de Civilización Antigua recibidas en mis cursos de formación militar identifiqué como "Pic-Aporte"

( Pic-Aporte: Antigua herramienta generalmente construida con huesos de Milifantes y que, incrustado a la altura media de una puerta, servía a las personas para acceder al cuarto contiguo. Esta operación se llevaba a cabo mediante una complicada maniobra de rotación de muñeca que requería muchos años de práctica y perfeccionamiento)

Tras varios intentos conseguí accionar este primitivo mecanismo y la puerta se abrió con un chirrido.
Y entonces todo cambió.
Me encontré enceguecido por una luz blanca que penetró como una aguja en esa delicada membrana que hace que los seres sensibles aúllen de dolor. Y eso hice, aullé de dolor.
Me cubrí la cara como una vulgar mascota Nosferatu-Feng Shui fuera de lugar y me quedé encogido y paralizado.
¡Mon Dieu! dijo una voz. Parece que nuestro invitado ha dejado por fin los brazos de Morfeo para unirse a la tertulia. Bienvenido a nuestro hogar Sargento Melchor; a lo largo de la historia nuestra hermandad le ha dado asilo a muchísimos viajeros, algunos en situaciones tanto o más desesperadas que la suya, pero debo admitir que ninguno ha hecho una entrada tan espectacular.

Un coro de risas nasales se desplegó ante el comentario y se amplificó en horribles ecos.
Una entrada de doble de riesgo si me permite la comparación. Fue una suerte que eligiera aterrizar sobre el depósito de tinta comunitario. Comprenderá que no ha sido fácil sacarlo con vida de esos tanques, Sargento. Y no mencionemos la cuestión de su posterior aseo. Nuestros voluntarios se han dado por vencido superados por el asco. Me temo que deberá permanecer en "estado de borrador" hasta que su propia piel absorba los residuos. Pero descuide, usamos nuestros propios excrementos para fabricar esa tinta, de manera que el riesgo de toxicidad es muy bajo. ¡Bajísimo!
Mis ojos se adaptaron lentamente a la blancura de aquel recinto. Y en efecto, al mirarme el cuerpo descubrí que estaba completamente cubierto de una sustancia negra y asquerosa.

El dueño de la voz estaba encaramado en un púlpito de piedra, en el medio de lo que parecía ser un altar arcano, vestía una larga túnica de seda blanca festoneada con raídos listones de lila descoloridos. Apenas se interpretaba en ellos los símbolos de la iglesia pagana del sol. Un círculo y una medialuna en yuxtaposición con un cielo estrellado de fondo. Completaban el recinto, una veintena de personas de aspecto enfermizo sentadas en bancos de piedra pulida.
Hacia la derecha del conferenciante, se extendía una imponente biblioteca abarrotada de gruesos volúmenes forrados en cuero. El impresionante mueble se erguía desde el piso de piedra hasta el techo a unos doce metros de altura y se extendía hasta donde alcanzaba la vista a lo largo de un túnel por donde fácilmente habría podido pasar un carguero subterráneo. En diagonal a la biblioteca se abría una cámara ovalada en donde alcancé a distinguir una extraña maquinaria cubierta de polvo y telarañas.

¿Cómo sabe mi nombre? Pregunté. ¿Quienes son ustedes? ¿Qué es este lugar? ¿Qué significa aquella máquina? Parecía un energúmeno poseído por el espíritu del micropreguntador. Sentía la necesidad cada vez más apremiante de conseguir respuestas o de lo contrario, salir corriendo de allí. El aura de chifladura que despedía el grupo de desconocidos me ponían nervioso.
El hombre del atrio sonrío y su sonrisa fue un claro gesto de indulgencia. Era alto y delgado, y no aparentaba tener más de cincuenta años, pero su postura encorvada y su color de piel pálido, casi verdoso, le conferían un aspecto de anciano decrépito. En la cúspide de su nariz se balanceaban unos minúsculos anteojos redondos (otra reliquia de los viejos tiempos) de armazón plegable.
Todo a su tiempo Sargento, responderé a sus preguntas. Pero no querrá interrumpir nuestra reunión de manera tan grosera. Lo invito a tomar asiento y abrir los oídos, tal vez se le aclaren algunas cosas.
Ya con la vista adaptada a la luz, observé al grupo que conformaba la audiencia y noté que en su mayoría ofrecían un aspecto lamentable. Todos ellos vestían ropas anticuadas y llenas de remiendos y sus caras lucían barbudas y macilentas, con los ojos enrojecidos y las ojeras profundas típicas de los insomnes o los opiocataplasmohólicos.
Lamento importunarlos con una insignificancia, pero están ustedes reteniendo a un oficial del Hexágono. No hace falta recordarles que éste planeta está bajo la autoridad de la base madre y que los cargos de traición se pagan con la muerte. Dije.
El hombre del atrio suspiró. En sus manos sostenía una extraña varita de un material muy antiguo y casi extinto al que algunas civilizaciones llamaban "madera".
—El motivo de nuestra reunión es más importante que su egoísta necesidad de comprensión. Créame que nadie le escatimará información cuando acabemos con éste asunto. Pero lo que nos urge ahora es...
Nada es más importante que mi misión Interrumpí. Se han volado planetas enteros por irreverencias menores que ésta. Le exijo que se detenga ahora mismo.
Sabía que diría algo así, Sargento. El objeto parlante que venía con usted nos advirtió de sus malas maneras. Lo debatimos mientras usted dormía. Lamento tener que recurrir a métodos tan poco ortodoxos. Pero no nos deja opción. ¡Hasta la vista, amigo!*

*En castellano; en el original.

El hombre se introdujo un extremo de la varita en la boca y como si fuera a tocar un flautín-exacerbante de Castaneda, sopló con fuerza. Extrañamente, no hubo música y nadie recordó nada radicalmente triste, tampoco hubo una sola lágrima de fervor ante el milagro de la vida y sus misterios infinitos.
Lo que se oyó fue un ¡Ssshut! y algo similar a un mosquito de ciclotrón voló hacia mi cuello a toda velocidad. Sentí el pinchazo seguido de un fuerte ardor que se propagó por mi torrente sanguíneo en pocos segundos. Mi corazón se aceleró. ¡Me había envenenado con una miserable cerbatana!
Sabía que era demasiado tarde, pero intenté dominar la situación explicando que un estrés profundo me llevaba a ser descortés con los extraños. ¡Mi hostilidad no era personal! Quise explicarles mi punto de vista desde un ángulo que nos permitiese llegar a un mutuo entendimiento.
¡Grandísimo hijo de puta! Dije.
Nada había sido fácil para mí desde que habíamos desembarcado en ese condenado planeta.
Le ruego que no se resista al efecto de la droga, señor mío. Lo que corre por sus venas es un poderoso depresor de los mecanismos del ego. Dicho en otras palabras, a cada intento de acción se corresponderá una profunda oleada de autocompasión que lo dejará por el piso.
¿Y eso por qué? ¿Que daño les he hecho a ustedes? Pregunté en tono llorón. Era indudable que el veneno me estaba afectando.
Por su bien. Solo usamos esta droga en pequeñísimas dosis y con orientación creativa. No conocemos los límites de su poder. Así que le aconsejo mantenerse tranquilo, Sargento. Dejará usted que prosigamos con nuestro debate.

El hombre del púlpito señaló a uno que estaba sentado en primera fila y le hizo un gesto con la cabeza.
Tu, Charles B. Hazte a un lado y déjale espacio al Sargento. ¡Y consíguele algo de ropa, por amor de Bush!. Parece un pintor renacentista caído en desgracia.
Unos hombres se acercaron a mi y me condujeron amablemente hasta el banco de piedra, me sentaron en el medio y uno de ellos ( el que llevaba una larga barba estilo Fazufel III ) arrugó la nariz y sacó la punta de la lengua en un claro gesto de repugnancia.
El hombre del atrio acompañó nuestros movimientos con el ceño fruncido. Cuando volvió a reinar el silencio, carraspeó para aclararse la garganta y prosiguió.
Se nos está acabando la tinta. A lo sumo quedan suministros para un mes. Y eso, siempre y cuando, limitemos nuestra escritura a dos horas diarias.
Hubo una protesta general, algunos hombres se pusieron de pie y preguntaron que iban a hacer en las horas restantes. Otros gimotearon y sacudieron la cabeza. Alguien me señaló y sentenció unas palabrotas poco felices. Comencé a sentir miradas de odio clavadas en la nuca. Fue un momento de presión tan intenso que escondí la cara entre las manos y grité una desesperada disculpa.
El orador levantó una mano pidiendo calma y luego exclamó:
Lo que está pasando no es ninguna sorpresa y no es justo que se culpe al Sargento por esto. Los niveles del tanque comunitario han bajado dramáticamente desde los últimos años, como todos ustedes saben. La escasez de alimentos (nuestra principal fuente para generar excrementos) es el principal motivo. En resumidas cuentas: sin alimentos no hay materia prima, sin materia prima no hay tinta, y sin tinta no hay taller literario. Ahora bien, propongo que se someta a votación la lista de posibles soluciones ideadas por el comité. Doctor Bloom, ¿quisiera hacernos el favor de leer esa lista?
Por supuesto, Tom.
Un hombre de mediana estatura y cara de luna se puso de pie y leyó en voz alta:

Propuesta primera: El cactus cavernario aparece varias veces en la Macropedia como un poderoso laxante natural. Si acompañamos nuestras ingestas con reguladas porciones de dicho cactus, podríamos elevar fácilmente el nivel de tinta del tanque comunitario. Con mis colegas hemos hecho un cálculo aproximado y en el término de dos meses tendríamos reservas suficientes para un año.
Es cierto. Pero la diarrea crónica nos mataría antes. Tom observó con fríos ojos al Doctor Bloom. Además eso no resuelve el problema de la falta de alimentos, ¿con qué acompañaríamos las raciones de cactus cavernario? ¿Con rocas? ¿Con arena?
Bajo la fuerte luz blanca, el doctor Bloom se sonrojó llamativamente.
No...Habíamos pensado en eso, Tom... yo...
Continúe Doctor, queremos oír el resto.
Propuesta segunda: Organizar una expedición de caza en el valle del Río Tortuoso, donde se reproducen las manadas de bisontes arañas. Con que consigamos cazar a un solo ejemplar tendríamos alimento proteínico para seis o siete meses, las suculentas carnes de sus patas nos ayudarían a obtener una tinta de calidad excepcional, además...
Odio interrumpirlo Doctor, pero tal vez el comité no ha tenido en cuenta que el valle del Río Tortuoso queda a 800 kilómetros de estas montañas, y que para llegar a él hay que atravesar el gran desierto de gas venenoso que se extiende desde la base del cordón montañoso de Anubis hasta los pantanos de hormigas testiculares, sacando eso, son semanas de caminata sin agua bajo un sol despiadado. No contamos con nadie capaz de emprender semejante travesía y mucho menos hacerle frente a esos monstruos asesinos. Somos un simple puñado de escritores, no somos Godofrodo y sus amigos, ¡por el amor de Bush!
El doctor Bloom tragó saliva.
Contemplábamos la idea de que tal vez el Sargento Melchor pudiese entrenar a los miembros más jóvenes de la hermandad, pero visto bajo esa luz ya no parece una buena idea.
Intenté manifestar que no estaba de acuerdo en que me incluyeran en sus planes, pero en cambio, solo logré sollozar incoherencias con un ligero temblor de mentón.
Tom paseó su mirada por todos y cada uno de los miembros del concilio.
Si alguno piensa que es viable la propuesta segunda que levante la mano y lo someteremos a discusión. Personalmente creo que ningún entrenamiento militar pueda prepararnos para matar a esas bestias gigantes. Esas criaturas se devoran a sus crías en las temporadas de hambruna y en algunos casos hasta se devoran a si mismas.
En todo el recinto reinaba un silencio sepulcral. Aparentemente, nadie estaba dispuesto a emprender una travesía épica para terminar convertido en alimento de las fieras. Los rostros se habían vuelto blancos como una pantalla alcalina de descanso emocional, nadie se atrevía a mirar a los ojos a su cada vez más exasperado líder.
Doctor Bloom, por favor...continúe.
Si... Déjeme ver...Propuesta tercera: En total el número de miembros de la Sagrada Hermandad de Escritores Subterráneos asciende a cincuenta y ocho personas. Cincuenta y nueve si contamos a nuestro invitado aquí presente, en líneas generales se puede decir que cada miembro de la hermandad pesa un promedio de sesenta kilos. En términos absolutamente matemáticos, sesenta kilos de carne podrían alimentarnos durante un mes. Eso siempre y cuando se racione la carne correctamente, nos daría tiempo suficiente para terminar el proyecto.
Desde el atrio, Tom sacudió la cabeza con tristeza.
Los participantes del concilio estallaron en gritos de protesta.
¡No podemos comernos entre nosotros! Sentenció un hombre de mediana edad que ostentaba un grueso bigote parecido a un manubrio. ¡No somos caníbales! ¡No podemos comportarnos como los personajes del Señor de las moscas!.
Desde la última fila un curioso hombrecito se levantó con el rostro contraído por la furia.
Deberías lavarte la boca antes de hablar así de mi fuente originaria, esa gran obra a la que te refieres fue escrita por mi doble en un estado de desilusión ante la nefasta sociedad de la época. ¡Y fue aclamada por todos! ¡La critica y el público la adoró!
— ¡SILENCIO! Gritó Tom. Las venas de su frente se habían hinchado y apretaba la mandíbula con verdadero ahínco, como si pretendiera partírsela.

William, no estamos aquí para debatir la calidad literaria de su clon, así que le ruego sea tan amable de no desviar el asunto. Por otro lado, lo que el hermano Ernest pretendía decir era que la propuesta tercera es una aberración, una incitación a la barbarie...
Pero no hay más opciones...y no hay más tiempo El doctor Bloom había perdido el color y había comenzado a pestañear a destiempo.
Si que las hay. Debe haberlas Dijo Tom. Miraba a la audiencia con los ojos desorbitados, como si estuviese esperando que obedeciesen una orden.
Todos comenzaron a mirarse los zapatos. Algunos carraspearon y se rascaron la cabeza, otros tosieron contenidamente, pero nadie dijo una palabra.
Mi batallón tiene cuarenta mulas a unos pocos kilómetros de aquí. Supongo que eso es carne suficiente para retrasar un poco la idea del canibalismo dije, no sin felicitarme mentalmente por la mentira. Si me permiten marcharme y continuar con mi misión, gustosamente les ofrendaré los animales.
Una hora después, un comité de cuatro clones-escritores muertos de hambre encabezados por Tom, me seguían en una expedición a través de las montañas. El efecto de la droga depresora de los mecanismos del ego me mantenía llorando y pidiendo disculpas a cada momento, pero en mi fuero interno me esforcé por mantener la mentira. Sabía que aquella nueva empresa en la que me había metido iba a tener consecuencias nefastas para, al menos, una de las partes involucradas. Pero así era la guerra. Uno tenía que tomar decisiones, o de lo contrario morir por las decisiones que tomaba otro.

A propósito dijo mi nuevo compañero, y me tendió la mano. —Le pido perdón por mis malos modales, todavía no me he presentado correctamente. Soy Tom Wolfe, o para decirlo de manera más precisa, la quincuagésima versión de él.




CONTINUARÁ